Mar Menor, cuando el desprecio al medio ambiente se vuelve contra nosotros
FRENTE A EDIFICIOS vacíos de la turística localidad de La Manga y las hileras de terrazas con persianas bajadas, una buceadora rastrea los fondos del Mar Menor. Se llama Francisca Giménez Casalduero y es investigadora de la Universidad de Alicante. Lleva 28 años tomando muestras de especímenes en este humedal. Es febrero de 2020 y aunque el agua se ve limpia y transparente, el diagnóstico de la bióloga resulta demoledor: “Por debajo de tres metros de profundidad, la laguna está absolutamente muerta, no hay nada. Y por encima quedan praderas y algo de vida, pero la situación es dramática”.
A pesar de su nombre, este no es ningún mar, sino una laguna costera de 135 kilómetros cuadrados en Murcia, separada del Mediterráneo por un cordón de tierra de 22 kilómetros de largo que en algunos puntos no supera los 100 metros de ancho. El Mar Menor constituye un ecosistema único de agua salada, con cinco islas volcánicas en su interior y una biodiversidad singular, pero también un caso de cómo el desprecio al medio ambiente se vuelve contra los humanos. Son muchos los excesos que han ido enfermando este lugar idílico: primero fueron los vertidos mineros, luego el urbanismo descontrolado y desde hace décadas se sabe que se está produciendo un deterioro por la entrada de nitratos de la agricultura que está llevando el ecosistema al colapso. Aunque si hay que escoger un comienzo de la transformación total del paisaje, este sería justamente en los años sesenta con la urbanización de La Manga, el lugar donde bucea ahora la investigadora Giménez Casalduero.
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